Cuentan
que un día, estando el marido sumamente enfermo, doña Crespina salió en busca
de remedio. En el pueblo, luego de comprarlo y mientras volvía al rancho, unos
parientes la invitaron a una fiesta. Para evitar hacer un desprecio, ella
accedió, pero con la intención de quedarse poco tiempo. Entusiasmada en el
alboroto del jolgorio, olvido la noción de las horas. Alguien le avisó que su
marido estaba muy grave, y ella pidió que le hicieran llegar el remedio que
tenía consigo. Excitada por el barullo y la música continuó danzando. Mientras
lo hacía llegó otro mensajero y le dijo que su marido se estaba muriendo y la
llamaba a su lado. Pero indiferente a la urgencia del momento, ella continuo
divirtiéndose, suponiendo que llegaría a tiempo. Hasta que llego alguien, vestido
de luto, para darle el pésame, pues su marido ya había muerto, e invitarla a
regresar a su casa:
Hay
tiempo para llorar- había dicho doña Crespina, y siguió bailando.
La
inapelable sentencia divina la condenó por ello a que eternamente llorara el
nombre de su esposo, convirtiéndola en un pájaro nocturno. Por eso, todas las
noches, un gemido quejumbroso expía esa culpa llamando a su hombre: ¡Crespín!
¡Crespín!
Como
vemos, la mayoría de estas narraciones populares tiene una finalidad
aleccionadora. Hay entre líneas un manifiesto mensaje moral- religioso. Porque
el Ser Supremo castiga a los culpables, convirtiéndolos en feos pájaros
nocturnos, que perturban el ánimo de sus ocasionales oyentes con su silbos
lúgubres o su fea aparición, como es el caso del Yanarca o “ataja caminos”. Al
igual que el Crespín, ella corporiza también el arrepentimiento eterno, en lo
que recuerda lo que le paso al gaucho que no supo escuchar la voz de Dios. La
yanarca – de patas largas y de ojos grandes-vuela bajito, al ras del suelo,
mientras aparece y desaparece de la huella, acompañando al caminante.
Pero así como Dios
castiga la maldad también premia las virtudes. Y si al culpable lo condena a
las sombras de la noche, a los otros le brinda la luz de la mañana. Si a los
malos les elige oscuras plumas y plañideros silbos, a los buenos les regala
vistosos colores y dulce canto. Tal es el caso de la Calandria, leyenda que es
un ejemplo para las madres desnaturalizadas
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