Súpay
y sus adeptos viven en la Salamanca. Esta es una cueva que está en la espesura
del monte, allí donde se pierde la orientación y el monte parece igual en todos
los sentidos. Tiene una entrada secreta, semiculta entre las breñas, guardada
por feroces animales.
Hemos
podido recoger dos versiones de la Salamanca: una que suponemos es de origen
hispano-aborigen, y otra que podríamos llamar oriental, que las cuenta Alberto
Gerchunoff en su obra “Fábulas del antiguo Tucumán”. La primera dice: que a la
cueva de la Salamanca van quienes quieren hacer un pacto con el Diablo. Pero
Súpay solo acepta a los más fuertes y corajudos, y es por eso que les impone a
los iniciados una serie de pruebas. En ellas probarán su apostasía (deben
escupir a Cristo y cachetear a la Virgen), su coraje (no deberán sentir miedo
mientras dure la iniciación) y su habilidad y destreza física. Si el aprendiz
de brujo logra superar todas estas pruebas, recién podrá conocer los secretos
de la magia negra y por ende tendrá poder y riqueza.
En la
Salamanca se vive un eterno jolgorio .Las brujas y brujos se regodean allí en
lujurioso frenesí. Allí se canta, se baila, se encuentra toda clase de placer,
allí donde no hay que temerle a víboras, arañas, ni sapos, y donde hay un
constante sonar de música.
En
ella se da la eterna lucha por lograr su finalidad, aún cuando pueda perecer en
el camino. Llegar al centro del laberinto tiene su premio: la sabiduría y el
poder eterno. Pero el camino no es fácil, está plagado de acechanzas. Y ese
centro mítico tiene dos versiones: puede ser la Salamanca, donde lo esperará el
Diablo, o puede ser el Paraíso, morada celeste de Dios.
A la
mitad de la noche el marido despertó y al no encontrarla salió a buscarla al
monte. Andando, andando encontró la ollita mágica, y en ella los ojos que tanto
amaba. Seguro ya de la habían muerto fue hasta su casa, para esperar el día y
salir en busca del malhechor.
Antes
del amanecer regresó Súpay con la mujer, pero al no encontrar los ojos de la
bella, huyó cobardemente. La muchacha, ciega como estaba, anduvo a tientas por
el bosque hasta que los primeros rayos del sol le dieron muerte. Unos obrajeros
que iban a trabajar encontraron su cuerpo.
El
marido, triste y dolorido, no tuvo paz sino hasta su muerte, pues al llegar el
día y mirar los ojos, de quien había amado tanto, pudo ver el frenesí de locura
y placer al que se había prestado quien fuera dueña de su alma.
Nadie
se salva del Súpay, ni siquiera los niños. A los changuitos que no quieren
dormir la siesta y prefieren salir a hondear o a cazar pajaritos, el Duende los
espanta y les pega con su mano de plomo. Algunos lo llaman Ckaparilo (en
quichua, gritón), pues imita perfectamente a todos los animales silvestres,
aunque no se lo pueda ver.
El
Duende o Petiso suele ser muy “chinitero”.Le gusta merodear a las jóvenes,
obsequiándoles dulces a cambio de sus favores.
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